Ni sala ni cocina: Boiling Point es una metáfora de nuestra mala gestión emocional

El malestar social del restaurante gastronómico a través de un plano secuencia sofocante y desolador

Linda Silva
4 min readFeb 8, 2022
Boiling Point. Philip Barantini. 2021.

Vi por primera vez el trailer de Boiling Point en una pantalla de anuncios del metro. Era una sucesión de escenas asfixiantes del servicio en un restaurante en horas punta, filmado en plano secuencia y calificado como thriller-drama.

Si has trabajado, trabajas o conoces a alguien cercano que trabaje en un restaurante, no te serán lejanas sus historias de entre bastidores. Por lo general tienen poco que ver con super producciones de idealización de cocineros perfectos de sonrisa eterna, y mucho que ver con la trama de este drama absolutamente realista.

Mi curiosidad inicial por la película se centraba en mi propia obsesión, el servicio y la sala, pero realmente Boiling Point no va de esto, sino que transciende a otros conflictos que, si bien pueden ser consecuencias directas de lo que sucede en la sala, no se cierran ni se enfocan aquí. Tampoco en la cocina.

La historia es sencilla en apariencia: el protagonista es Andy Jones, un cocinero que regenta uno de los locales más de moda de la ciudad, frecuentado por personajes famosos, influencers, críticos gastronómicos y ex colegas de profesión resentidos, entre otra fauna.

Andy es un personaje blando, perdido y bloqueado por la adrenalina y el pánico, incapaz de tomar decisiones o responder con responsabilidad ante el origen del mal que se ha apoderado de todo lo que le rodea. A pesar de encontrarse en la cresta de la ola, se debate internamente entre lo malo y lo peor, poco impresionado por las muchas reservas o los buenos comentarios acerca de su local.

Colmado de problemas personales, adicciones y descuidos constantes en su trabajo, Jones se ha convertido en el parásito kafkiano que nadie quiere ya en su vida por ser absolutamente tóxico e inestable.

Su equipo a su vez está lleno de matices y complejidad emocional. Todos tienen como denominador común el estrés y el ajetreo del restaurante que se autoimponen normalizar, y todos tienen una historia personal que duele o que agoniza.

Estos sentimientos mal gestionados son los que al final desatan el caos, y empiezan a aflorar rápidamente durante el desarrollo de la película, generando un conflicto cada vez más latente conforme avanza la velada.

Ni sala ni cocina: Boiling Point es una metáfora de nuestra mala gestión emocional. Trabajo, familia y amistades dentro del mismo saco.

Boiling Point va de emociones, aunque sí que podemos encontrar un par de tópicos del gremio más convencional:

1. La cocina enfrentada a la sala y movida por una profunda enemistad que viene de la mala comunicación y de la imposibilidad de entender qué conlleva estar del lado del otro.

2. El estrés del restaurante se centra en la cocina. La sala es una sombra inconexa, un poco sorda y muchas veces torpe, superficialmente gestionada y con un enfoque que muestra un profundo desconocimiento de lo que pasa en cocina, agudizado por el querer aparentar y el satisfacer al cliente por encima de todo.

La sala no se entera. No explica los platos, no respeta los tiempos y necesidades de cocina y no comunica de las visitas importante. La sala es un desastre.

He aquí el breve guiño que buscaba respecto a mi obsesión: la sala no se entera. No explica los platos, no respeta los tiempos y necesidades de cocina y no comunica de las visitas importante. La sala es un absoluto desastre de personas a medio formar que toman con poca seriedad su trabajo.

Pero realmente en esta trama el mal menor es todo aquello que tiene que ver con el servicio en sí: la gestión, los platos o las bebidas quedan relegados a un modesto papel secundario; son la excusa ideal para hablar abiertamente del dolor.

La culpa, la frustración, el agotamiento físico y emocional se superponen a cualquier otro tema, y el poder de estas emociones crea una identificación universal. Por encima de si eres o has sido cocinerx o camarerx, la pena que se abre al espectador en la película lo envuelve todo y es absolutamente abrumadora.
Imposible no reconocerse de alguna manera.
Imposible no sentirse triste.

La película es únicamente el transcurrir de un servicio. Una noche en la que todo lo que puede salir mal, sale mal. Aun así, no es cualquier noche: se trata de una noche de liberación, un momento de catarsis que crea una vía de escape para todos sus personajes, prisioneros entre la duda y la necesidad.

Se trata de una historia de todo lo que se puede llegar a ser, de nada de lo que querrías ser y de la decadencia que esconde la gastronomía de tendencias.

Barantini, su director, es absolutamente despiadado. Por el enfoque, por el cuidado de su estética y su realismo. Le trae sin cuidado el lento y agonizante transcurrir de los hechos, y tampoco le importa poner de rodillas al más admirado de los referentes gastronómicos del momento: el cocinero verdugo o el niño roto por la responsabilidad y la tristeza.

Linda

@keepitfunkybcn 2022.

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Linda Silva
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Written by Linda Silva

Journalist, sommelier, event producer and experiential marketer. Writing stories on drinking culture at @keepitfunkybcn Ask away: ciao@silvalinda.com

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