Carles Llarch — cerámica y vino
“El arte está en todo lo que se hace con cariño y con voluntad de no repetirse”
En Font Rubí, en la zona del Alt Penedés, se encuentran la casa y el taller creativo de Carles Llarch. Desde allí moldea ánforas y otras preciosas piezas de cerámica, y desde el año 2015 también elabora vino. Su curiosidad le llevó a crear el proyecto ViTal, su particular acercamiento a la comprensión del mundo vinícola, junto al enólogo Josep Queralt.
Carles habla de los procesos creativos, de la paciencia, del respeto por los tiempos que la naturaleza marca, y por supuesto, de oficios como el suyo. Por suerte, la cerámica está de vuelta para quedarse y demostrar que en pleno siglo XXI sus aportaciones siguen marcando la diferencia.
“Decidí estudiar cerámica y montar un taller en un lugar apartado, un lugar donde no se había hecho cerámica antes. Todo el mundo me decía que estaba loco, que al estar en un lugar tan alejado aquí no vendría nadie nunca, y ya han pasado 33 años y aquí sigo tan contento”.
Carles ha trabajado y trabaja con numerosos proyectos vinícolas que un día se acercaron a interesarse por sus creaciones. Bodegas como Recaredo, Mas Candí, Alta Alella o Porcellànic son algunos de sus asiduos, y esta conexión le llevó a explorar los límites del barro. “Empecé a vincularme con el mundo del vino cuando una bodega me preguntó si yo tenía la posibilidad de hacer tinajas de barro para vino. A partir de este momento, mi reacción fue, por supuesto pero, ¿qué barro utilizamos con ese fin? Hay una gran diversidad de tierras, más de 3000 clases, y podemos conseguir todavía más con la mezcla”.
Nadie supo darle una respuesta concreta a este interrogante, y el encargo le sirvió como estímulo creativo para dar paso a una larga investigación. “La tierra tiene esa versatilidad que la madera no ofrece, son conceptos muy diferentes. Las bodegas tienen claro qué tipo de madera quieren a la hora de seleccionar una barrica, si quieren roble de un tipo de árbol o de otro, pero en cerámica no basta con decir, quiero un ánfora, así que empezamos a experimentar con diferentes tipos de barro allá por 2010 a ver qué resultados nos daban. Estuvimos más de un año haciendo pruebas a pequeña escala hasta conseguir un resultado uniforme”.
Su curiosidad no se limitó al arte de crear sobre barro, sino que le llevó a hacerse más preguntas, a querer entender los procesos del vino para poder ofrecer el mejor recipiente.
De esta manera surge ViTal, un proyecto vinícola de amistad en confluencia con el enólogo Josep Queralt, una declaración de intenciones al arte que hay en los procesos que requieren de tiempo y paciencia para desarrollarse en plenitud. “ViTal empieza en 2015 tras llegar a una conclusión muy sencilla. Me pregunté: Carles, ¿tú llevarías tu coche a un mecánico que no supiese conducir? Obviamente que no. Y luego pensé, ¿tú comprarías ánforas a un señor que no supiera hacer vino? Tampoco.
Creo que lo interesante es ponerse del otro lado, debes entender cómo se hacen los vinos, cómo funcionan, qué peculiaridades tienen, y a partir de ahí, tirar adelante. Me hacía mucha ilusión la idea de hacer vino, no sólo por el proceso de investigación, sino también por pasármelo bien, me lo tomé como un divertimento”.
Un ceramista y un enólogo sólo pueden iniciar un viaje de diálogo a través del vino y del barro si hay fluidez y libertad, si la comunicación lleva a un fin común, a caballo entre la curiosidad y el desafío. “Hablé con Josep, y me di cuenta de que no sólo necesitaba de una persona que hiciese de enólogo en el sentido estricto de la palabra, sino que necesitaba de una persona que me pudiese asesorar y explicar con detalle, yo no podía ser un mero espectador. Muchos enólogos muy grandes hacen vinos tecnológicos porque tienen que buscar siempre un perfil determinado, pero el enólogo que no tiene que estar siempre a la búsqueda de estos parámetros se puede sentir más liberado, así que decidimos que haríamos un vino que se expresara en su máxima naturalidad posible, sin añadir ningún tipo de aditivos, sin tirar de sulfitos, sin llevar controles estrictos de temperatura, un vino más centrado en la intuición, con el que ir siguiendo las sensaciones, pero que a su vez estas sensaciones tuviesen una explicación lógica.
Me pregunté: ¿es interesante estar buscando siempre un perfil? Salgamos de esto. Queríamos remontarnos al vino de los griegos y los fenicios, el de los tiempos en los que no había sistemas de frío ni densidades, sino que se tiraba de sensaciones”.
Su vino 100% Macabeu procede de las tierras de Josep Queralt, de unas viñas que en su momento plantó su padre y que ya tienen entre 50 y 60 años. “No teníamos intención de comercializar el vino, lo único que queríamos era pasarlo bien, disfrutar, y poderlo compartir con amigos y familia, que las personas que viniesen a visitar el taller pudiesen tomarse una copa de vino mientras les explicamos cómo se ha hecho y su desarrollo dentro de las ánforas. Nos encontramos con que la gente nos quería comprar, entonces y decidimos que si íbamos a ponerlo a la venta, sería justo regularizar nuestra situación para no hacer una competencia deshonesta con los elaboradores”.
La producción es pequeña, no llega a las 2000 botellas por añada, “no tenemos maquinaria, todo lo hacemos muy manual, y así es como queremos disfrutarlo. No haremos producciones muy grande porque no tenemos los medios, y tampoco es nuestra finalidad. Hace poco embotellamos un Parellada que ha pasado 4 meses en ánfora, es la primera vez que tenemos un vino acabado tan rápido. Ahora mismo tenemos un ánfora llena de Macabeu, y estamos esperando a que queme azúcares y que acabe”.
Su filosofía con el vino es clara, la concibe a través de lo que marca la naturaleza, y lo siente como el futuro en este sector. Aunque si hablamos de prejuicios hacia los vinos naturales, tiene también muy claros los por qués: “Creo que al principio cuando salían al mercado estos vinos naturales muchas veces venían con volátiles muy altas y grandes defectos, y cuando estás acostumbrado a un tipo de vino y pruebas los naturales con estas peculiaridades, te pueden provocar rechazo. Hay que tener en cuenta que porque un vino sea natural no implica que tenga que tener defectos. Actualmente se están haciendo muchos buenos vinos naturales sin defectos o bien con notas que no son negativas, y que, bien integradas, pueden ayudar a realzar. Una volátil bien integrada le puede proporcionar una fuerza importante al vino, le puede dar frescor, te lo puede hacer más grande en boca, por ejemplo”.
Un vino ante todo si lo pruebas te tiene que gustar, eso es fundamental. Tu no vendes un vino porque sea natural o porque sea un vino que se ha metido no sé donde, tú vendes un vino porque lo pruebas y puedes decir que está espectacular, y luego viene la explicación de cómo está hecho. Creo que eso es lo que tendríamos que mirar: ¿tu qué buscas de un vino? Yo lo que busco es que me sorprenda. Si tengo que comprar un producto con un perfil que se repite año tras año, a mi me hará sufrir un poco, porque entonces pienso, aquí hay unos grandes cracks detrás, grandes enólogos, pero si llegue la uva que llegue, en las condiciones que llegue tienen esta habilidad de convertir el vino en lo mismo que el año pasado y que el anterior, entiendo que hay poca expresión real de añadas, de territorio, y eso no me entusiasma mucho.
La sociedad busca ir más hacia lo natural, pero mucha gente alega que quiere que el vino le sepa a vino. “Pero, ¿qué es el sabor a vino? Posiblemente el sabor a vino no existe, tiene que ver más con las características de cada variedad y cada manera de elaborar tiene sus propias notas. Creo que los consumidores, si realmente son amantes de esta bebida, poco a poco irán siendo más conscientes de que la normalidad es encontrar vinos que añada tras añada no se repitan sino que cambien, que evolucionen, al final un vino natural es eso, una expresión de un proceso, de un año, que no tiene nada que ver o que quizás ha cambiado con respecto al año anterior. Y si detrás hay un gran elaborador que mima, aunque el producto cambie, sabes que habrá expresión siempre”.
No solo el consumidor está cambiando y tomando consciencia de lo que bebe, también son tiempos de revolución para la sala, en especial para el sommelier, cuyo papel es esencial a la hora de presentar vinos con determinadas características que se salen de lo preestablecido. “El sommelier es una persona que debe saber hacer magia, y que debe saber sorprender a su cliente siempre. Este sorprender está muy vinculado a todo lo que hay detrás, a la gente del vino: el elaborador, el ceramista, el periodista. El sommelier tiene que saber exactamente qué perfil de vino tiene en su bodega, qué perfiles puede sacar y debe entender la variabilidad de añadas en los vinos, las historias que cuenta, y que tiene que jugar con esto, que es un gran campo de juego.
Cuando el sommelier pone un vino en la mesa interpreta qué comerá este cliente, cómo es ese cliente, y lo ideal es que no sólo se asocie un vino con una tipología de comida, sino también con una tipología de persona, que haya una comunicación con el comensal para poder entenderlo y asesorarlo correctamente; el sommelier tiene que hacer un trabajo muy personalizado”.
El vino es vida cuando involucra a las personas, y si además actúa como canal de expresión artística, su proceso es pleno. Al final, la elaboración de vino no deja de ser una actividad creativa, como lo es la cerámica, con un desarrollo intelectual y unos tiempos que condicionan su resultado final. “El arte, al fin y al cabo, es una interpretación individual del entorno. El arte está en todo lo que se hace con cariño y con voluntad de no repetirse, con voluntad de ir creciendo.
Cuando te quedas estancado repitiendo sin parar un producto, te estás convirtiendo en un simple productor, tus sentimientos no se involucran suficiente con el resultado final. Cuando tus emociones se involucran, tú cada día vas evolucionando y vas cambiando, todo esto se tiene que ver reflejado en lo que haces, es un espejo de lo que eres, de cómo piensas, de lo que haces y del entorno, es tu visión del mundo”.
Un oficio tan antiguo como el de la cerámica en unos tiempos tan rápidos como los nuestros, requiere de un necesario cambio de ritmo, de una contemplación que invita a la reflexión de que lo más rápido no siempre es lo mejor. “En general nos falta cultura y conocimiento de lo que son los oficios, antiguamente eran el pan de cada día y se entendía la importancia de esperar, de los procesos. Se debe recuperar el respeto por lo que son los tiempos que manda la naturaleza, producir menos y disfrutar más. Al final lo que me motiva es que cada día cuando me levante tenga nuevos retos.
Repetir lo que ya sabemos sin parar, nos haría la vida muy aburrida. A veces nos pensamos que venimos al mundo a ganar dinero. Lo necesitamos, sí, pero debemos encontrar el equilibrio, eso es lo que más me interesa”. Será necesario cultivar la paciencia y la belleza. A diario; en todo.
Salut, Carles.
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